los muchachos del parque rivadavia


(Chareca+Astesiano)



Lunes, 15 hs, Parque Rivadavia.


En el fondo del parque Rivadavia, allí cerca de la calesita, se encuentran alrededor de 20 hombres entre 60 y 80 años. En este sector se hayan 3 mesas, en la primera se juega a la canasta, en la segunda al domino y en la tercera… nosotros.

“Estas hecho mierda eh”, bromean entre ellos. El tema es que para el caso, todos estaban “hechos mierda”. Cada dos palabras, un tosido. Así era la dinámica de las charlas.

- Como perdieron (cof, cof) con San Lorenzo.

- Pero cállate (cof, cof), pecho frió.

Luego logramos ver otro factor intervenía y cambiaba el ritmo de las conversaciones: ya no solamente era palabra-tosido, palabra-tosido, ahora, pasaba a ser palabra-tosido-escupida, palabra-tosido-escupida.

Entonces, entre palabras, tosidos y escupidas, los señores con su camisa, boina y pantalón hasta el ombligo, jugaban y jugaban al domino y a la canasta.

Deportes aburridos si los hay diría usted. En realidad, ¿quién podría llamarlos deportes, no? Pero para estos viejitos, el domino por ejemplo, era un juego apasionante donde no se puede dar un paso errado porque recibís el grito de tu compañero y de todos los que están mirando. Y esto es interesante remarcar, como bien dijimos, había no menos de 20 personas en esas 2 mesas, mientras solamente juegan 4 en cada una de ellas. ¿Que hacen los demás entonces? Observan el encuentro. Del mismo modo que la gente ve un partido de fútbol, aquí, 15 viejitos ven como sus compañeros juegan al domino. Como también ocurre en el fútbol, cada uno de los espectadores opina sobre las jugadas hechas, como si ellos supieran exactamente la jugada que hay q hacer para ganar el partido. Y entonces, se escucha:


- “Tenias que poner Pito che”

- “Como no te diste cuenta”

Críticas van, críticas vienen, los muchachos se entretienen como diría la canción. Y así es. El compañero se lo hecha en cara y los de afuera avalan con un “tiene razón José, te equivocaste”. Responde con silencio el culpable que no puso “pito” e hizo perder el partido. Entonces ahí se levantan y entran otros 2, a competir contra los ganadores. El Parque Rivadavia dejó de ser un mero centro recreativo de barrio, para convertirse en “Sede oficial del Torneo de Juegos de Mesa”.

Así transcurre toda la tarde. Juegan al domino, tosen, charlan, escupen, toman café. Toman café, y es aquí otro elemento interesante a señalar. Entre medio de la mesa de canasta y de domino se encuentra parado un carrito de café toda la tarde. ¿Donde esta el cafetero? Sentando con los viejitos. Charlando, tosiendo, discutiendo, escupiendo, sirviendo café de vez en cuando y como no podía ser de otra manera, opinando.

De vez en cuando alguno de los viejitos se va, dice adiós y se marcha ante un “quédate que te damos la revancha che”. Pero no se va a su casa, no señor. Se dirige a las mesas del otro lado de los puestos, donde gente mas joven (40, 50 años) juegan al domino, ajedrez y truco. Entonces algunos van, se quedan mirando como juegan, en algún caso se suman a jugar, y luego vuelven a su antigua mesa.

Pasando los minutos cada vez hay mas gente en las mesas, cada 2 minutos cae otro señor más (“¿Qué haces Enrique?”), se suma a la multitud a mirar el partido, y una vez adentro se propone para entrar a jugar luego con un compañero, como un “hay equipo” en las canchitas de barrio. Van y vienen, mas vienen que van, así toda la tarde. Y las que también van y vienen constantemente son las chicas. Las chicas de su edad pasan completamente desapercibidas, pero las chicas jóvenes… “¡qué chicas!” diría más de uno, levantando la mirada para apreciar las esbeltas figuras. Cada vez que una joven se cruza por delante de ellos los de afuera se rompen el cuello para observar como se va. No puede faltar un leve silbido, o una pequeña broma al respecto, pero el caso es que terminan con los ojos caídos y la boca casi abierta ante cada paso veloz de una joven. Esto cabe para los de afuera, los cuatro que están jugando… ni enterados. Concentrados en su juego, pensando la próxima jugada, se mantienen con la cabeza gacha mirando como se arman las fichas sobre la manta naranja. Y no sólo las mujeres pasan a su alrededor: hombres en traje, chicos corriendo o en bicicleta, los colectivos de fondo, y nada. Ellos nadan. Ni se enteran de la realidad que los rodea. Encerrados en sus tableros y metidos en sus partidos, pareciera que el mundo se redujera a ese partido de dominó que están llevando a cabo. Ni bosinazos, ni bebés llorando, ni gritos ni nada, tan sólo:

-“¡Doblate al 5”

- “5 y 4…y bueno queda el 5 y 5”

Así son “Los Muchachos del Parque Rivadavia”. Un grupo simple. Con códigos propios como todo grupo, con cosas que se permiten, con cosas que no, con gente que viene siempre y con gente que no viene casi nunca. Con sus tosidos, con sus bromas, con sus escupitajos, con sus chicas, con su canasta y su domino, juegos preciados que son a la vez medio y fin para estar entre amigos, tomar un café, toser, bromear, escupir y pasar un buen rato juntos.

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